LA POSADA
Cuando María y José llegan a Belén, no hay lugar para ellos en la Posada. Eran días de mucho tránsito, por aquello del censo, y como la ocupación estaba asegurada, mejor guardar las estancias para los viajeros que pagaban bien.
¿Cuantas veces alguien llamó a nuestra puerta y no le atendimos porque reservamos nuestra simpatía, nuestro amor fraterno, para otros viajeros? No fue cuestión de dinero; pero esa persona no nos caía bien o no nos apetecía escuchar (¡bastante tenemos con lo propio!).
Podemos aprender de Ti a ser posadas abiertas de par en par.
¡Ven, Señor Jesús!
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